Roxana supo enseguida que lo suyo no era una historia de niña-mujer
paraguaya, pues Camila era mendocina y había aterrizado en Bahía Blanca
en circunstancias similares, sin querer, sin haberlo elegido.
Cuando el propietario del local las encierra, esperan unos
minutos asegurando su partida, creando un espacio de intimidad precario
sí, difícil también, pero que significa para las dos un cable a tierra.
Ambas, amigas de naufragio, volvieron a sentir que eran ellas mismas
gracias a este vínculo, ambas sintieron que no estaban solas en esto, se
animaron a reírse o mejor dicho pudieron hacerlo de verdad y sin
necesidad de tomar alcohol, pastillas y todas esas porquerías usadas con
los hombres que las visitan y exigen, pegan, disfrutan de su dolor, sin
siquiera percibir que estas mujercitas son tan mujeres como sus hijas,
sus hermanas, sus primas, sus madres, sus esposas.
Camila cuenta que llegó a Bahía Blanca con su novio, él empezó a
llevarla al local de Beto, su amigo, según él le decía, y un día la
dejó allí para siempre.A Roxana la cruzó a la Argentina
Isaías, un amigo de su padrastro, la subieron a una camioneta, le
dijeron que se calle, que no pregunte, que tome lo que le daban. Así
medio dormida llegó y comenzó esa pesadilla diaria, solitaria,
incertidumbre, dolor, dolor, mucho dolor difícil de explicar.
Ellas no recuerdan cuándo empezó todo, pero
pueden asegurar que la coordinación fue perfecta. Beto siempre estaba
con un gran llavero colgando y cuando se metía en la habitación de Luli
siempre estaba borracho. Luego de pegarle y someterla se quedaba dormido
un rato y un hilo de saliva caía de su boca. Acordaron que ese era el
momento. Había que hablar con Luli y decirle que iban a entrar para
quitarle una llave.
Meses de vigilancia les llevó saber cuál era la llave que
necesitaban, sin embargo supieron rápidamente que el plan las motivaba
tanto que se las arreglaron para simular que tomaban las pastillas
(luego se las quitaban de la boca), tiraban el alcohol en el baño y
jugaban a hacerse “las oquitas” para no llamar la atención.
Hubo un problema con esto: vieron más concientes el infierno en
el que se encontraban, pero también esta angustia ayudó para darse
fuerzas y tanto la una como la otra deseaba poder salvar a su amiga.
Otra vez se sentían con un motivo, un sueño para vivir, la alegría que
significaba lograrlo.
Y el día llegó: Luli les dejó abierta la pieza y cuando la
bestia se durmió, Camila entró y quitó la llave de la calle. Era muy
tarde, corrieron con su compañera de aventura mientras Luli vigilaba
que la bestia siga roncando. A lo mejor un día se iría ella se animó a
pensar. Hoy la alería era ver a Roxana y Camila abrir la puerta y
escapar con lo puesto.
Y Luli hizo lo que debía: retiró la llave, la volvió al llavero
de la bestia y se durmió a su lado, como lo hacía casi todas las
noches.
La supervivencia no deja lugar para esas cosas. Nadie intento
detenerla, cuando con diecisiete años, les anunció que se iría a vivir
con Ramón a pocas cuadras de la casilla que habitaban. Que haga lo que
quiera, dijo su padre secamente: "es una boca menos".
Su
madre, que desde el último embarazo había perdido la capacidad de
llorar, la miró irse lentamente, desdibujándose hasta perderse en las
vueltas de los pasillos.
Su partida no asombró a nadie. Todos saben que allí tarde o temprano
siempre se vuelve, las trampas de la pobreza casi nunca fallan, como si
fuera armado a sabiendas y se sostuvieran privilegios a costa de la pena
ajena. Ramón no fue mejor que su padre. Estaba con ella con la misma
fuerza con que trabajaba en la construcción, en medio de sudor y golpes.
Y
no era que no quisiera ser diferente, a veces le pedía perdón llorando
como un chico desvalido y ella lo acogía con ternura, sabía que no era
malo, en el fondo era así, por la vida que le tocó vivir, por la pobreza
y por la violencia sufrida desde niño.
En el fondo se parecían, pero Mary había podido procesar de manera distinta sus carencias.
Una
tarde llegó completamente ebrio. Ella intentó hablarle pero él la
golpeó con furia. En el puño apretaba el telegrama de despido que había
recibido esa mañana.
El cuerpo de Mary guarda las marcas de ese día. Ese día que decidió
volver a la casilla de sus padres.Ramón no intentó nada por retenerla,
sabía que merecía su abandono. Y no tenía sentido buscar su perdón una
vez más.Pasaron muchos días dando vueltas frente a esa puerta.
Finalmente se decidió a entrar. Alguien señaló con la mirada una silla
vacía en la rueda de hombres. Todas las miradas se fijaron en él. Se
puso de pie y dijo con la cabeza gacha pero con voz firme: Me llamo
Ramón y golpeo a quien más quiero… |
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